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LA MADRE IMAGINADA Y LA MADRE REAL

  • aleimerito
  • 6 abr 2016
  • 1 Min. de lectura

Durante el embarazo soñamos con nuestro bebé, pero también soñamos con la mamá que queremos ser. Tanto uno como la otra son idealizaciones, pertenecen al mundo de lo imaginario. Por eso, cuando nace nuestro bebé, no sólo conocemos al hijo real, sino que también nos conocemos a nosotras, las mamás reales. Esta experiencia puede desilusionarnos o animarnos, pero casi seguro habrá una diferencia entre la mamá que imaginamos y la que realmente somos. Para muchas, lo que ocurre es un desenamoramiento de la idea que teníamos sobre nuestro rol como madres. El bebé llora fuerte, llora cuando estamos cansadas, llora cuando no sabemos qué hacer, llora como si se acabara el mundo, y también deja de llorar de pronto, misteriosamente. La mamá real se impacienta, se angustia, se frustra, o se enoja consigo misma por parecerse cada vez menos a esa pacha mama llena de virtudes, leche y tiempo que nos prometimos ser. Cuando nace nuestro bebé, nos avocamos a su cuidado, pero también deberíamos sacudirnos las expectativas propias y ajenas sobre cómo deberíamos ser; permitirnos aprender a lo largo del camino, perdonarnos cuando algo nos sale mal, y ser buenas, esencial y maternalmente buenas con nosotras mismas, las madres reales, las impacientes, las ignorantes, las indecisas, las confundidas, las agotadas, las peludas, las gorditas, las que no pudieron amamantar, las que sí, las que no quieren tener más hijos, las que recién empiezan, las tristes, las inestables, las terrenales, todas.


 
 
 

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