NACIMIENTO E INTERNACIÓN EN UTIN
- Lic. Alejandra Imerito
- 6 abr 2016
- 1 Min. de lectura

Todos soñamos con tener un parto sin contratiempos, pero a veces al nacer, nuestro bebé debe ser internado en terapia intensiva neonatal. Sea por tener bajo peso, ser prematuro o presentar alguna patología, recibirá el cuidado de la incubadora antes que el de nuestros brazos; otra persona, desconocida, se encargará de él antes que nosotros, incluso a veces es el papá el primero en verlo, dado que las mamás necesitan recuperarse para movilizarse a la sala de cuidados intensivos. El bebé, en algunos casos, estará rodeado de cables, envuelto por el sonido de las máquinas que monitorean las incubadoras, y no siempre se está preparado para eso. Aquella imagen, ascéptica, apersonal y custodiada por enfermeras y neonatólogos, nada tiene que ver con nuestra idealización del nacimiento, en la intimidad de la habitación, rodeada de familiares y amigos, dando la teta y celebrando la llegada del nuevo integrante. Esta experiencia puede resultar muy desestabilizante, y a la crisis vital, propia del nacimiento y la maternidad, se le suma otra crisis, circunstancial, originada por la internación, los imprevistos y la incertidumbre. El psicólogo perinatal asiste a la familia y ayuda a poner en palabras las emociones de los padres con el objetivo de reorganizar los sucesos vividos y ofrecer la posibilidad de resignificarlos. Aún sin parecerse al parto soñado, se trata del parto real, el que nos tocó vivir, el que trajo a nuestro hijo al mundo, y tiene la oportunidad (y el derecho) de ser atesorado, reconstruido y elaborado sin traumas.
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