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Sufrimiento vs Dolor

  • Alejandra Imerito
  • 23 ago 2016
  • 3 Min. de lectura

Muchas mujeres, luego de parir, transmiten su experiencia de manera negativa: “fue horrible”, “dolió un montón”, “dolió tanto que olvidé todo lo que había aprendido”. El parto es la escena principal por excelencia durante todo el embarazo. Y aunque signifique el comienzo de una nueva etapa, también indica el final de la espera. Por eso, además de prepararnos para recibir a nuestro bebé, nos pasa que vamos juntando miedos, ansiedades, deseos, expectativas propias y ajenas que tiñen la experiencia de parto y determinan qué es lo que debería ocurrirnos y qué no, qué consideramos positivo y qué negativo, cuál es nuestro parto querido, y cuál nuestro parto temido. Para algunas, el mayor temor es el dolor, para otras la cesárea. En mi opinión, creo que la mejor defensa contra los prejuicios y temores es la flexibilidad. No importa de qué manera se desarrolle el nacimiento, sino cuál es tu forma de vivirlo. Y para ello, hay que hacer algunas aclaraciones. No es lo mismo sufrir que sentir dolor. Cualquier dolor es considerado síntoma de una patología o trastorno. El dolor de oídos, de muelas, de estómago, de cabeza, todos señalan que algo anda mal. Sin embargo no ocurre lo mismo con las contracciones. Ellas, cuando estás a término y mantienen cierta frecuencia y regularidad, indican que ha comenzado el trabajo de parto. Es un dolor o molestia fisiológica cuya intensidad dependerá de cada mujer. Pero a su vez de cada mujer dependerá qué sentido darle. El trabajo de parto, como su nombre lo anticipa, es un trabajo; y éste será efectuado por nuestro cuerpo y por nuestra mente y emociones; y el dominio que nosotras tengamos sobre ellas es fundamental. No se trata de controlar la situación, tampoco se trata de esperar no sentir dolor, sino de recibirlo con una preparación especial, la del significado que le doy a cada una de las contracciones, trabajando a la par con mi organismo para dilatar, abrir, tolerar. Ante un estímulo doloroso, lo primero que hacemos es contraernos, endurecernos, doblar los deditos de los pies. El gran desafío del trabajo de parto es aceptar el dolor de manera opuesta, relajando el cuerpo, los pies, la mandíbula. Todo lo que queremos es que el dolor pase, y la contracción tiene la característica de no ser constante, sino intermitente. En los intervalos en que no duele, nos relajamos, pero apenas aparece nuevamente el dolor volvemos a contraernos y eso nos mantiene en una actitud conocida pero poco productiva. Relajarnos ante el dolor, ayudar a que ese dolor, que tiene un sentido, cumpla su función facilitará o aumentará las posibilidades de tener un trabajo de parto más corto y disfrutable. La respiración es el eje central del trabajo de parto. No va a hacer que sintamos con menos intensidad pero sí que nos distraigamos. Junto con las contracciones forman un equipo. Cuando una empieza a cantar, la otra le sigue el ritmo, puntea expandiendo el abdomen y llevando oxígeno al vientre. Y con el estribillo de la contracción, la respiración se aprende la letra; la intensidad de una invita a la fuerza de la otra; la dilatación que provoca una se alía con la relajación que produce la otra. Cuando escucho a las mamás decir que durante el parto se olvidaron todo lo que aprendieron en el curso, pienso que quizás lo que ocurrió es que pusieron sus conocimientos a un nivel intelectual, pero no lograron asimilar la información en el resto del cuerpo. Ir al curso de pre parto no quiere decir únicamente informarse, sino prepararse, hacer ejercicios diariamente, tomarse un momento al día para practicar la respiración, sentir el cuerpo, conocerlo. No es el mismo cuerpo que teníamos antes del embarazo. Fue cambiando durante los últimos nueve meses, respirar no es tan sencillo ni ubicar las zonas de mi cuerpo tampoco. La preparación sugiere un cuestionamiento a todas aquellas expectativas y temores que tenemos en relación al parto. Y cuestionarlas implica a su vez ampliar los niveles de flexibilidad. Por supuesto que no es lo mismo sufrir que sentir dolor. Y el parto no necesariamente debe sufrirse, en la medida en que una se anime a recibir al dolor con todo su sentido, su importancia, su función, su necesaria presencia. Entonces, quien sabe, incluso el dolor puede ir de la mano de la satisfacción y el disfrute.


 
 
 

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